domingo, 1 de junio de 2014

La dignidad progresista


Escribe: Dante Bobadilla Ramírez

Dignidad es una de las palabritas que más les fascina a los progres. Claro que si les preguntas qué significa se quedarán mudos antes de sufrir un calambre cerebral. En el mejor de los casos alguno se pondrá a escribir un farragoso artículo afectado por la típica incontinencia verbal que los hace creerse intelectuales, saltando de un lindo concepto a otro para mostrar la lucha heroica del pueblo contra el capitalismo salvaje, el imperialismo, las transnacionales y los grupos de poder. Son como una contestadora automática.

Con la palabrita dignidad, el presidente Ollanta Humala ha querido resucitar una vez más al dictador más funesto de la historia del Perú, el general Juan Velasco Alvarado, líder de una revolución de izquierda que impuso como marca la charlatanería, el empleo de palabritas mágicas altisonantes, frasecitas de cliché, ritual populachero, gesto simbólico, icono sagrado, himno y consigna. Es decir, la tradicional escenografía de toda asquerosa dictadura montada sin rubor para idiotizar a un pueblo con discursos donde se señalan a los enemigos del pueblo, se promete liberación y un nuevo destino de salvación, todo eso adornado con símbolos, rituales y efectos especiales. 

Los montajes del velasquismo no tuvieron nada que envidiar al nazismo, al castrismo ni al chavismo. Todos siguen el mismo perverso manual. Por fortuna para el Perú, el general Velasco se enfermó gravemente y fue fácil sacarlo del poder. De lo contrario no tengo ninguna duda de que hoy seríamos un espejo de Cuba, y Velasco seguiría gobernando como Fidel. Ya sabemos cómo les encanta mantenerse en el poder a estos facinerosos de izquierda. Todo estaba preparado para eso. Al extremo que Hugo Chávez reconoció que su escuela política fue el velascato. Por eso su revolución bolivariana se parece más al velsaquismo que al castrismo. 

Ollanta Humala sigue soñando secretamente con encarnar a Velasco, emular a Hugo Chávez y dar rienda suelta a sus delirios izquierdistas. Si no hace realidad sus sueños es por falta de carácter y porque su mujercita no le da luz verde. Más allá de montar unos cuantos programas sociales sin mayor repercusión, sus ansias revolucionarias quedaron truncas. No hay esperpentos progres como la aerolinea de bandera -huachafería que solo cabe en infracerebros como el de Daniel Abugattás- no hay gas a 12 soles -como ofreció creyendo que la economía se manejaba a punta de decretos, al estilo Hugo Chávez- no hay impuestos nuevos para quitarle a los más ricos y redistribuir la riqueza. Nada de eso. Pero de alguna manera ha logrado reflotar Petroperú, el monstrito estatal que nadie quiere tocar.

La cuestión del petroleo se volvió sagrada en el inconsciente peruano desde que Velasco lo hizo parte de su teatro revolucionario. Fue el pretexto del golpe de Estado. Nunca se le mintió tanto al pueblo. Se inventó el psicosocial de "la página once" para acusar a Belaunde de "entreguista". El típico cuento progre del "entreguismo" a los EEUU se repitió tanto que la gente acabó creyéndolo. En ese ambiente de furia irracional se dio el golpe de Estado y apareció el general Velasco de entre los humos de los tanques, como la imagen mítica de un superhéroe que llega del futuro para rescatarnos de la maldad del imperio del norte.

Tres días después el general Velasco montó un show de TV para comunicarle al pueblo que las gloriosas FFAA estaban salvando la dignidad nacional. Su discurso decía así: "Hace más de cincuenta años que, como una dolorosa herida, el problema de La Brea y Pariñas ha constituido para la República un capítulo de oprobio y de vergüenza, por representar un ultraje a la dignidad, al honor y a la soberanía de la nación. El Gobierno Revolucionario, enarbolando la bandera de la nueva emancipación, ahora y para siempre, pone en labios de cada peruano la vibrante expresión de nuestro himno ¡Somos libres, seamoslo siempre!". Había empezado la era de la palabrería delirante progresista y el show político de manipulación popular.

En efecto, como si se tratara de la invasión de un territorio enemigo, los tanques rompieron las mallas del campo de Talara y las tropas asaltaron la refinería. Salvando las distancias, era una cantinflada como la que años después protagonizaría Ollanta Humala con un puñado de imberbes reservistas invadiendo la mina de Toquepala. Velasco inventó entonces el "Día de la Dignidad Nacional" y Ollanta transformó su payasada en una "gesta heroica en defensa de la democracia". De esta clase de payasos está hecha la política peruana. Hasta cierto punto da vergüenza cómo se maneja la política en este país.

En vez de tanto alboroto, hubiera bastado con que el gobierno militar dictara un decreto expropiatorio y mandara la notificación a la IPC con un simple mensajero. Años después se supo que el dignísimo gobierno revolucionario de la FFAA le había dado un suculento pago de US$ 800 millones a la IPC para que se fueran del país sin chistar. Es decir, el Estado peruano manejado por valientes militares pagó a los norteamericanos tres veces el valor de la vetusta refinería en defensa de nuestra soberanía. En realidad pues no recuperaron nada sino que compraron una cafetera vieja que hoy nos costará otro ojo de la cara reconstruirla, y casi con el mismo discurso a cargo de otro soldadito valiente.

Evidentemente, los únicos que aplauden la aventura estatista son los progres de siempre. Todavía repiten las mismas pastruladas de antaño: se trata de una "actividad estratégica" y "otros países lo tienen". Pero la realidad es que no tenemos mucho petroleo, la exploración se ha detenido y las empresas petroleras se han ido luego de ver a los ministerios de Cultura y Ambiente parados como Godzilla y Kin Kong, la plaga de ambientalistas antimineros desatando sus furias, a las ONGs promoviendo el odio al "modelo extractivista primario exportador" y al gobierno felicitándose por la ley de consulta previa. Con un futuro incierto en la actividad petrolera, apostar por una refinería estatal no tiene mucho sentido.

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