sábado, 14 de septiembre de 2013

El matrimonio gay y otros cuentos


Escribe: Dante Bobadilla Ramírez

Era cuestión de tiempo para que la discusión del matrimonio gay se presente formalmente en el Perú. Todo parece indicar que ya empezó a partir de una propuesta legislativa del congresista Carlos Bruce, aunque el tema se contrabandea con el novedoso concepto de "unión civil no matrimonial". Detrás de la idea aparecen las clásicas monsergas alrededor de aparentes derechos y la supuesta y relamida "protección del Estado", planteada como urgente necesidad que todo lo justifica y cura. El asunto en realidad es complejo porque va más allá de lo meramente jurídico, involucrando conceptos que se manosean muy alegremente y que incluso pretenden ser redefinidos a la mala, solo por un prurito de progresismo.

Lo curioso de este tema es que cuenta con la aprobación unánime de la progresía y la controversia entre los liberales. Algunos incluso nos tachan negando nuestra condición de liberales, pues sienten que los derechos deben ser iguales para todos, sin distinción. Pero, como dije, el tema no es solo una cuestión de derechos. Hay muchos conceptos implicados y no todos pertenecen al ámbito del derecho, e incluso el de "derecho" debe ser revisado porque hay toda una confusión al respecto. Los derechos con los que todo liberal se siente obligado son los naturales, los relacionados a la vida, la libertad y la propiedad. Esos son derechos inalienables que deben ser defendidos principalmente contra el Estado, que es el mayor violador. Sobre estos derechos proclamamos igualdad absoluta entre todos los seres humanos.

El problema del mundo moderno es que las ideas se han enredado demasiado en el último siglo. Y quienes más han contribuido a enredarlas han sido los progresistas, es decir, la izquierda mundial. Una tarea formidable del progresismo durante el siglo pasado fue demoler los valores y conceptos de nuestra cultura. Así fue como pervirtieron el concepto de democracia para hacer del comunismo una "nueva democracia". Recordemos que la Alemania comunista se llamaba "República Democrática Alemana" y que Cuba se ufana de practicar la "auténtica democracia" con un solo partido y prensa controlada. Pero el progresismo no se han limitado a falsear el concepto de democracia.

Lo mismo ocurrió con el concepto de derechos. De los originales derechos humanos que había que obligar a los gobiernos a respetar, pasamos a novedosos derechos que son otorgados por el Estado. El comunismo siempre detestó los derechos humanos porque asume que las personas están al servicio de la sociedad y que el rol del Estado es velar por toda la sociedad como masa. Por tanto replantearon el concepto de derechos y nos vendieron la idea de que los derechos son los que otorga el Estado. Pero eso es falso. No existe ningún derecho real que derive del Estado. Los servicios que un Estado brinda a la población no se convierten en "derechos". Los derechos son los que se defienden del Estado y no los que recibimos del Estado.

Sin embargo la progresía ha prostituido completamente el concepto de derecho bajo la tesis de que el Estado tiene por misión igualar a la sociedad y darle servicios a quienes no pueden pagar por ellos. Esto puede ser una gran idea, pero de allí no se deriva que toda persona tenga "derecho" a que el Estado le brinde ciertos servicios. Esta falsa tesis ha provocado que todos vean al Estado como un padre protector y como una madre con unas tetas lecheras muy generosas que todos ansían succionar. La única consecuencia de eso es la corrupción, la degradación paulatina de los servicios y de la calidad de vida y, finalmente, la crisis del Estado, con lo cual los supuestos "derechos" desaparecen como pompas de jabón. Ese camino solo conduce a la ruina.

Hoy, nuevos progresistas nos dicen que el matrimonio es un "derecho" y que, por tanto, en aras de la igualdad habría que concedérselo también a los homosexuales. Se ha puesto de moda ya que cuando alguien pretende imponer algo a todos lo que hace es convertirlo en "derecho". Se trata de un truco. ¿De dónde sacaron la ridícula idea de que el matrimonio es un "derecho"? Aclaremos ese cuento. El matrimonio es una vieja institución humana, una creación sociocultural que el Estado licencia mediante un trámite que las personas realizan voluntariamente y que también (y cada vez con mayor frecuencia) deshacen. Casarse no es un derecho ni una obligación. Es solo una opción. Si el Estado ha establecido una especie de contrato formal es para regular la vida familiar que emerge naturalmente de las uniones entre hombres y mujeres, por tanto ese contrato legal que asume el mismo nombre de la institución social llamada "matrimonio" tiene mucho sentido real, y cuenta con raíces muy profundas en la especie humana. La protección de ese nucleo en donde prolifera nuestra especie ha sido una cuetión de supervivencia. No es ninguna invención de algún genio progresista. Desde ese nucleo familiar surgieron las sociedades y la cultura.

Lo que viene ocurriendo en la actualidad es que el matrimonio ha dejado de tener vigencia. Por tanto y dado a que existe una gran cantidad de parejas conviviendo sin casarse, el Estado ha decidido otorgarle a estas las mismas prerrogativas de las parejas casadas, de tal modo que en la actualidad carece ya de sentido casarse. Es exactamente lo mismo estar o no estar casado, tanto por los hijos como por los bienes. Entonces está más claro todavía que el matrimonio no es ningún derecho ni una obligación. Es solo una opción voluntaria y hoy, innecesaria y hasta cursi. Miles de parejas convivientes así lo confirman. ¿Entonces a qué viene tanta cantaleta con los gays? Para no hablar del sinsentido total que de por si ya es un matrimonio entre homosexuales.

Se alude a los derechos de sucesión de los bienes comunes. Pero esto, nuevamente, nada tiene que ver con un matrimonio. Hay matrimonios -muchísimos, incluyendo el mío- bajo el "régimen de separación de gananciales", que quiere decir que lo mio es mio y lo tuyo es tuyo. Es la opción más inteligente para todo el mundo, pues así se ahorran las molestias a la hora de comprar, vender o transferir propiedades. Pero resulta que ahora nos vienen con el cuento de que es "indispensable" que el Estado extienda su manto protector hacía estas parejas gays, cuyos bienes no pueden ser heredados por su pareja en caso de muerte. Pero ese es otro problema muy fácil de resolver sin tanto ruido.

En realidad más es el ruido que las nueces. En los hechos está comprobado que las uniones gays son muchísimo más inestables que las heterosexuales. Siempre se tiene la opción de agarrar un papel y escribir un testamento si desean legar bienes. No hay nada que las personas no puedan solucionar por su propia cuenta o no debería haberlo. Esta idea de que el Estado tenga que meterse en la vida íntima de la gente y regular hasta las uniones y legados es propio de una película de terror socialista. Es como El Proceso de Kafka. Lo que debemos exigir es que el Estado no se inmiscuya en la vida personal, íntima y familiar con el cuento de promover o proteger. Ahora pretenden dictarnos hasta lo que podemos comer por nuestro bien.

En este país el Estado ya se ha tomado demasiadas atribuciones con la excusa de la protección, limitando la capacidad de decisión y la libertad de las personas. Los liberales no solo debemos defender la desregulación de la economía sino que también -y sobre todo- deberíamos defender la desregulación de la vida personal, íntima y familiar. Por ejemplo, no deberían imponer las trabas que actualmente existen para el divorcio. Las personas deben ser libres de tomar sus decisiones. Lo que el Estado debe hacer es respetarlas. La tesis de que el Estado "protege" la familia es simplemente una infantil fantasía. Las personas no viven sus vidas en función de lo que el Estado quiere.

Tampoco podemos admitir que se juegue alegremente con los conceptos e instituciones, como si se tratara de bailes de moda que pueden modificarse para beneficiar, por ejemplo, a los discapacitados. El matrimonio no es un baile, es una vieja institución social surgida naturalmente en la especie humana, en todas las culturas, alrededor de la unión de un hombre y una mujer con la intención de procrear familia. Es la procreación lo que le otorga el carácter místico y gravitante a la unión formal de un hombre y una mujer, y es todo lo que le confiere sentido a la figura del matrimonio. En muchas culturas la infertilidad anula el matrimonio. La idea de matrimonio va indisolublemente ligada a la de familia porque es el resultado natural de la unión entre hombre y mujer. Por ello carece totalmente de sentido hablar de "matrimonio homosexual". Es una aberración conceptual. 

Desde luego, nadie puede oponerse a que dos personas convivan y hagan con sus vidas lo que les plazca, pero eso es algo muy diferente a manosear los conceptos y las instituciones socioculturales. Es curioso comprobar que quienes hoy defienden el aberrante concepto de "matrimonio gay" son los mismos que ayer combatían el matrimonio por caduco, afirmando -equivocadamente como todo lo que dicen- que fue una creación de monarquías para negociar sus bienes y su poder. Nada más falso. El ataque progresista a los valores y conceptos de nuestra cultura occidental por intereses políticos e ideológicos globales, ha minado la comprensión de las personas. Ya nadie sabe lo que es realmente democracia, derecho, Estado, familia, matrimonio, etc. Y hoy resulta paradójico que tengamos que explicarlos y defenderlos. Atacar nuestra propia cultura es tan grave como destruir el ecosistema. Y eso es lo que no se percibe.

Las instituciones sociales surgen de manera natural en una cultura, no son inventadas por políticos geniales y generosos. Tampoco debemos caer en el juego de los que enarbolan causas de lucha política que en su fanatismo pretenden ir más allá de lo que justifica su causa. Los homosexuales son personas comunes y corrientes, y como tales gozan de todos los derechos humanos. Si hay un peligro que los amenaza de manera especial, pues tendrán que ser protegidos de manera especial, pero de allí a sostener absurdos como la supuesta "igualdad" de las parejas homosexuales con las heterosexuales dista un buen trecho que solo se salta cuando el delirio y la estupidez se ha apoderado del debate. Y lamentablemente quienes más chillan son los activistas fanáticos y los ignorantes.

Los argumentos planteados por el congresista Carlos Bruce son falacias totales. Decir que el Estado debe "promover" la estabilidad de las parejas es una burda fantasía. Eso está muy lejos de ser una posibilidad real. El Estado carece de la capacidad para promover nada entre las parejas, y menos de manera "emocional y psicológica" como ha sido curiosamente planteado. Eso es pura charlatanería que deja en evidencia la falta de argumentos reales. Tratemos a los gays como personas normales y defendamos sus derechos como los de cualquier otro. Démosles la libertad de hacer con sus vidas y sus bienes lo que les plazca sin necesidad de pervertir instituciones ni falsear conceptos. Los problemas sociales de estigmatización y acoso, en general, deben ser combatidos con educación y no con fanatismo. En resumen, mi posición es que la tolerancia e incluso la defensa de los gays no tiene que pasar necesariamente por tergiversar los conceptos ni alterar las instituciones sociales.

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