martes, 8 de octubre de 2013

Argentina y el modelo bolivariano


Fuente: Diario El Comercio - Ecuador

La situación económica y social de Venezuela presenta mejor que cualquier análisis teórico cuál es el destino de un modelo de corte populista, intervencionista y estatista. Un país de petróleo abundante, que exporta por más de 100 000 millones de dólares por año, es actualmente incapaz de satisfacer las necesidades mínimas de su población y expone una pobreza creciente en medio de un enorme desorden social e inseguridad personal. 

La ineficiencia resultante de la politización y corrupción en las empresas estatizadas se ejemplifica en la utilización de la petrolera PDVSA como generadora de fondos para la "regaladera" del fallecido comandante Hugo Chávez y su práctico vaciamiento para otros destinos menos virtuosos. El conocido latiguillo "exprópiese" que Chávez popularizó en sus caminatas televisadas ha quedado grabado en la memoria de todo aquel que piense desarrollar alguna actividad. 

La esencia del modelo chavista es su inclaudicable populismo, referido como socialismo del siglo XXI. Apenas algunas diferencias de grado lo separan del modelo kirchnerista. Ambos se apoyan en versiones intelectuales similares y en el fervor de militantes que tienen al castrismo como faro. De la mano del pensador Ernesto Laclau, el kirchnerismo ha ideologizado y exaltado el populismo. En repudio del "Estado ausente", este modelo transitó por la confiscación sin pago de los fondos de jubilaciones y pensiones y de YPF, la principal empresa del país. Se superó así al chavismo, que al menos pagó lo que expropió. 

El modelo kirchnerista se empeñó en destruir y desvirtuar instituciones. La seguridad jurídica fue erosionada y el derecho de propiedad, desconocido. La respuesta de miles de ahorristas ha sido la fuga de capitales. El control de cambios, conocido aquí vulgarmente como cepo cambiario, es la única respuesta del modelo. Los congelamientos tarifarios y los controles de precios se interiorizan en el sistema al igual que las fuertes restricciones a las importaciones. La mano violenta y arbitraria de los funcionarios se mete en las decisiones y en los actos privados. La libertad se pierde en beneficio de la corrupción, la discrecionalidad y el amiguismo. La amenaza o el subsidio convierten a demasiados empresarios en seres claudicantes, cuando no en meros aplaudidores. 

En Venezuela escasean los productos con precios controlados, llámese dólar o bienes de consumo, mientras alguien los provee a precios más altos. En esto Venezuela nos aventaja, tal vez sólo por ahora. Allí el dólar oficial vale 6,3 bolívares mientras se acerca a los 45 en el mercado informal, al tiempo que la prensa tiene prohibida la difusión de las cotizaciones en el mercado marginal. No se consigue papel higiénico en los supermercados y almacenes controlados, pero se puede comprar todo lo que uno quiera a los "buhoneros" a un precio tres veces mayor. Pasa lo mismo con los alimentos y con otros productos de consumo. La medición de la inflación con los precios oficiales queda subestimada. Aquí debemos reconocer que el Gobierno argentino no sólo la ha subestimado por este motivo. Desde enero de 2007 ha falseado abiertamente los resultados del índice de precios. El Gobierno venezolano no llegó a tanto.

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